Venir a Israel sin hacer una visita a uno de los lugares más curiosos y llamativos del planeta no era algo que contemplara. Es por eso que antes de meterme de lleno a conocer Jerusalén, pasé de puntillas por la ciudad y decidí primero ir hasta el Mar Muerto. Llegué de Ramallah y me quedé en un hostal muy cerca del Monte del Templo, tanto que justo al salir del hostal me encontraba de frente con los guardas que vigilan la entrada, un lugar idóneo para pernoctar.
Masada, el orgullo judío
A la mañana siguiente tuve que ir fuera de la ciudad vieja de Jerusalén, a la estación de autobuses del centro nuevo para pillar el autobús que hacía parada en Masada, una ciudad en ruinas del Mar Muerto. Fui temprano para aprovechar el día y desayuné en la misma estación, el clásico croissant y café, no hay mejor manera con la que pueda empezar el día. El autobús estaba repleto de gente de otras nacionalidades, muchos turistas que iban como yo a pasar el día al Mar Muerto. El paisaje de camino no tiene desperdicio, un desierto de montañas blancas sin vida alguna, solo camellos y algún agricultor fue lo que pude divisar desde detrás del cristal del autobús en gran parte del trayecto. En menos de dos horas ya me encontraba en la parada de Masada.
Vistas desde el autobús |
Desde la parada hay un buen trozo cuesta arriba para llegar al centro de visitantes de Masada, eso en pleno sol y con un calor bochornoso es todo un logro. Ya en el centro de visitantes te puedes informar de todo lo que hay por allí, el aire acondicionado hace que todo te parezca más interesante. Para subir hasta las ruinas que se encuentra en lo alto de la montaña se puede hacer de dos formas: a) subir por el snake path -camino de la serpiente-, un camino que va haciendo curvas y que va todo cuesta arriba y con muchas escaleras o b) coger el teleférico que te deja en pleno Masada a cambio de unos cuantos sheks. Tras pensármelo mucho decidí subir en teleférico y bajar a pie y así podía hacer las dos cosas sin estar demasiado bajo ese sol abrasador.
Subiendo desde la parada de autobús hacia el centro de visitantes |
Masada fue una ciudad creada por miles judíos que escaparon del asedio de los romanos que por aquel entonces crearon tanta revuelta por tierras israelíes/palestinas conquistando Jerusalén. Se hicieron con este lugar por su buena posición estratégica, pudiendo vigilar bien sus alrededores y tener una defensa con más garantías de éxito con sus bastas murallas. Aún así no pudieron aguantar el asedio del fuerte ejercito romano, al que nadie podía parar. Los judíos preferían suicidarse antes que rendirse ante los romanos, así que, cuando los romanos finalmente se hicieron con Masada, se encontraron con un profundo silencio al llegar a la ciudad. Sus casas también fueron quemadas para que nada cayera en manos de los romanos. -They’ll never take us alive”-
Desde 2011 Masada se convirtió en patrimonio mundial de la UNESCO.
Paseando por sus ruinas solo se ve eso, ruinas. Son pocos los edificios en los que se puede apreciar algo de lo que se supone que es/fue, gracias al panfleto que te dan te puedes hacer una idea de como fue y de su historia, también puedes conseguir una audio-guía por algo más de dinero. Algunos mosaicos están bien conservados, es lo que mejor se mantiene de todo el conjunto.
Aparte de llamarme la atención la historia de este legendario lugar para los judíos, lo que más atrae son, sin discusión alguna, sus impresionantes vistas, nos encontramos a 560 metros a nivel del mar muerto, que no del mar (el Mar Muerto se encuentra a 416,5 metros bajo el nivel del mar, el punto más bajo de todo el planeta).
Todo lo que se ve es de color amarillento de la tierra y el desierto, blanco de la sal, azul del mar y transparente de sudor que inundaban mis ojos del solano que hacía y de la caminata que me estaba pegando que aguantaba con la ilusión que me hacía seguir disfrutando de las vistas y de la historia.
Unos pájaros muy simpáticos de alas naranjas que están por todos sitios |
Fue una agradable visita pero el cuerpo me pedía un baño urgente en aquel mar que divisaba al fondo. En esos momentos me hacia más ilusión refrescarme que vivir la sensación de flotar. Para volver lo hice por el snake path, todo cuesta abajo. No me imagino haber subido esas escaleras bajo ese sol, aún así se veía gente que lo hacía, ¡locos! Una vez abajo aproveché para ver el curioso museo que hay al lado del centro de visitantes. Un museo pequeño pero muy interesante para saber cada detalle de lo que pasó en Masada con material didáctico e interactivo, con el aire acondicionado me daba miedo salir de allí, museo muy recomendado.
Al llegar a la parada de autobús para seguir hasta la parada donde están el Mar Muerto me llevé una decepcionante noticia. No había autobuses hasta pasadas un par de horas, shiiit! Parecía que era el único que tomaba el autobús para llegar hasta allí, casi todos los hacen en coches alquilados o propio. No me quedaba otra que hacer dedo. De los pocos coches que pasaban fueron 3 o 4 los que pararon, locales y turistas, pero con la casualidad de que todos se dirigían en dirección contraria de la que yo iba. A la hora de casi darme una insolación sin tener éxito apareció de repente un autobús que no estaba en el programa, ¡menos mal!. Por fin podía seguir mi camino y darme un baño, mi héroe.
Ein Borek, un baño en el Mar Muerto
Me encontraba en Ein Bokek, uno de los lugares más comunes para darte un baño en las aguas del Mar Muerto. Una especie de pueblo turístico que han montado a base de mucho dinero. Hoteles de lujo, instalaciones muy buenas con duchas, vestidores en la playa, centro comercial y… ¡hasta un Mcdonalds en mitad del desierto! Algo que no concuerda con el paisaje.
Al bajarme del autobús ni comer ni nada, me fui directamente a la playa para darme el tan esperado baño. Camiseta fuera, toalla en la arena, mochila con candado ¡y al agua pato!…
¡Pero esto que es!, ¡sacadme de aquí, el agua está ardiendo! En lugar de refrescarme lo único que me provocó fue darme más calor. El agua del Mar Muerto en pleno medio día es como si fueran aguas termales, de las calientes calientes. La sensación cuando los pies se te van por su propia inercia hacia arriba es una sensación increíble, rarísimo poder flotar tan fácilmente sobre el agua mientras en el horizonte puedes ver Jordania que comparte la otra mitad de este mar, una experiencia única. Aunque aún con mucho calor, estaba contento de haber llegado hasta allí, es algo para recordar durante toda tu vida. La sal es molesta y no se puede meter la cabeza bajo el agua, es peligroso para los ojos, tampoco se recomienda un baño prolongado, no es muy bueno para la piel por la gran concentración de sal. Por la playa puedes encontrar duchas para quitarte la sal, hay que hacerlo si o sí si no te quieres consumir. Entre tanto sol y tanta sal el cuerpo me pedía agua a manantiales así que me fui directo a buscar algo para beber y comer. Tras no encontrar algo barato tuve que acudir a mi amigo Mcdonalds, que le vamos a hacer.
Tras el palizón de día que me pegué y tras relajarme un poco después de comer decidí buscar un autobús que me llevara a Jerusalén. Preguntando por todos sitios di con una parada. Esperé y esperé y con mucha mucha paciencia aguanté y aguanté hasta que llegó el autobús que me dijeron, estuve como una hora y media esperando. Con vistas desde el autobús hacia el Mar Muerto se me hizo el trayecto más corto de lo que en realidad, ¡que lugar más espectacular! A veces me daba rabia no tener mi propio transporte para poder parar donde quisiera, desventajas de depender del transporte público.
Ya solo me quedaba Jerusalén durante unos días con una posible escapada a Belén, pero tal y como estaba la cosa con el conflicto que se estaba formando entre palestinos e israelíes no era el mejor plan. Posiblemente fue el día que más me gustó hasta el momento, a pesar de los contratiempos con el transporte. El Mar Muerto es un lugar único e irrepetible que siempre quedará grabado en un rincón de mi memoria.
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